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El silencio es una cosa extraña. Hemos venido a aceptar como cosa normal la conspiración de ruidos a nuestro alrededor; así pues, la ausencia de ruido nos pone un poco nerviosos. En un mundo donde constantemente estamos hablando por el celular, haciendo varias cosas a la vez y mandando mensajes de texto, no estamos acostumbrados al silencio. Se siente incómodo, improductivo, como que deberíamos estar “haciendo algo”.
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Pero para los viajeros cansados de palabras, el silencio puede ser un oasis. El Señor nos invita a permanecer en silencio para así poder buscar en nuestros corazones, y también sentir Su corazón. El Señor Todopoderoso está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios.” (Salmo 46:10) es un llamado a una relación más profunda y una revelación que no puede encontrarse en el ajetreo y la actividad.
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El ayuno añade fuerza a la disciplina del silencio ya que ahoga los escandalosos clamores de nuestro apetito. No sólo podemos sobrevivir con menos de “tres sustanciosas comidas” cada día, podemos crecer mucho y dirigir nuestra energía más provechosamente hacia Dios, al tiempo que negamos temporalmente nuestro estómago. El silencio, junto al ayuno, ayuda a enmudecer las voces internas y externas, dejando espacio para que la voz de Dios hable a nuestro corazón.
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Oración:
Señor, enséñanos el valor del silencio en Tu presencia. Sintoniza nuestro corazón para oír Tu voz y recibir Tu gracia de una manera más profunda al tiempo que escuchamos sólo por Ti En el nombre de Jesús. Amén
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